Milei, el voto que persiste
Pese a la caída en las encuestas de opinión pública, en los indicadores de gestión y al aumento del malestar social, Javier Milei vuelve a imponerse en las urnas. Los argentinos siguen apostando a la promesa de cambio y al liderazgo que desafía al sistema político tradicional.
La Libertad Avanza obtiene el 41 % de los votos a nivel nacional, refuerza significativamente su representación parlamentaria y consolida el mandato presidencial. La coalición peronista queda en segundo lugar con el 32%, mientras la participación electoral continúa descendiendo y se ubica en torno al 68 % del padrón, uno de los niveles más bajos registrados desde el retorno democrático.
En agosto y septiembre los sondeos reflejaban un panorama complejo para el oficialismo. Caídas en el nivel de aprobación de la gestión, percepciones más críticas sobre la economía y un creciente temor al desempleo, acompañados por un clima de malestar social acentuado por denuncias que alimentaron la idea de corrupción y deterioro institucional.
Sin embargo, esa baja en los indicadores no se tradujo en un revés electoral., sino que, por el contrario, los resultados de las elecciones legislativas de medio mandato mostraron un claro triunfo de La Libertad Avanza a lo largo del país.
Los votantes priorizaron la continuidad del cambio antes que volver a fuerzas políticas que consideran responsables del fracaso del pasado reciente. Incluso entre quienes reconocen errores o insatisfacciones con la marcha del gobierno, predomina la idea de que Milei representa algo distinto: una convicción genuina, un liderazgo que pone por delante los intereses del país y no los propios, y la decisión de enfrentar lo que muchos perciben como los obstáculos históricos del desarrollo argentino.
La persistencia de ese apoyo no puede explicarse solo por la falta de alternativas competitivas. Sin duda son parte de la cuestión ya que estamos frente a una carencia marcada de liderazgos. Pero el apoyo a Milei responde a un cambio más profundo, que se viene gestando en el clima de opinión desde hace tiempo: una mutación de valores sociales.
Los argentinos (más marcadamente los sectores jóvenes urbanos), expresan cada vez con más fuerza una demanda de libertad individual, eficiencia estatal y seguridad. Esperan un Estado más pequeño, pero más eficaz, que no sea un botín de la política sino una herramienta de servicio. Y valoran, por encima de todo, el coraje para romper con los intereses enquistados que bloquean el progreso nacional y no dan respuestas a sus demandas y necesidades.
En esa narrativa, Milei encarna la figura del dirigente que se anima a desafiar lo establecido, incluso al costo del conflicto. Su estilo confrontativo y su discurso directo dividen opiniones. Para algunos reafirma el voto y la adhesión mientras una mayoría quisiera que bajen los niveles de agresividad y exista mayor dialogo entre distintos sectores para alcanzar consensos y facilitar la gobernabilidad democrática.
El voto de octubre fue, en parte, un voto de confianza diferida: la creencia en que el camino elegido -aunque difícil y lleno de tensiones- es el posible para sacar a la Argentina del estancamiento.
Muchos votantes reconocen que los resultados económicos no llegaron, pero valoran la dirección mientras aspiran a una mejora en la velocidad del cambio. Sienten que, por primera vez en mucho tiempo, alguien está intentando transformar de raíz el modo en que funciona el estado y la economía, aunque el proceso sea doloroso.
En ese sentido, el apoyo a Milei expresa también una reconfiguración del vínculo entre la sociedad y el poder. Muestra un cambio donde la idea de “libertad” adquiere centralidad como valor ordenador, superando a nociones históricas como “igualdad” o “justicia social”. Hay un corrimiento a la derecha en el arco ideológico en un país muy polarizado.
Argentina atraviesa un momento de transición en el que el malestar convive con la esperanza. El voto no niega los problemas -pérdida de poder adquisitivo, desempleo e inseguridad- pero los resignifica: el enojo se canaliza no contra el cambio, sino contra aquello que lo obstaculiza. Es un voto que combina decepción con expectativa, y que, en última instancia, expresa una búsqueda de sentido colectivo.
Milei sigue siendo, para una parte significativa de los argentinos, el dirigente que “se anima” a decir y hacer lo que otros no. El respaldo al presidente se sostiene en una percepción que trasciende los resultados inmediatos: la de un líder que actúa por convicción, que antepone los intereses del país a los propios o partidarios, y que conserva la decisión de “sacar adelante” a la Argentina, aun enfrentando resistencias.
Más allá de los resultados concretos, el mensaje de las urnas es claro: el cambio sigue siendo la demanda dominante de la sociedad argentina. Y mientras esa expectativa persista, Milei es su principal intérprete. El voto de octubre no solo ratificó una opción política: confirmó un estado de ánimo colectivo. La sociedad argentina, cansada de la inercia y de las promesas incumplidas, sigue apostando a Milei, que refleja el cambio como horizonte.